No puede haber un día peor

28 diciembre 2009

No puede haber un día peor que este. He llegado a la terminal sur de Quito a las 7:00 y he tomado otro bus que salía hacia Tulcán (5$, 5horas) inmediatamente después. En el bus, he visto al hombre que me invitó a comer ayer en Huaquillas y he conocido a Andrés, un chico de Medellín. Una vez en Tulcan he intentado hacer el mismo procedimiento que hice cuando pasé esta frontera (a la inversa) hace más de 3 meses pero no ha sido tan fácil. He tomado un taxi para que me llevara de Tumbes a la frontera pero ha ocurrido lo peor, el conductor me ha asaltado. Me habían informado de este tipo de actos en esta zona pero no esperaba para nada que me ocurriera a mí y ahora. Con agresividad y rapidez, me ha robado la mochila donde tenía todo el dinero que tenía, mi cámara de fotos y mis documentos. Por suerte, mi tarjeta de crédito la tenía escondida en mi zapatilla deportiva. Al salir del vehículo se las ha arreglado para que no viera la matrícula en ningún momento y me ha dejado tirado en la carretera. Nunca había pasado tanto miedo. Por un momento, temía lo peor.

Latiéndome el corazón a mil por hora y sin capacidad de pensar, me he quedado paralizado durante un buen rato. Al fin he concluido que tenía dos opciones. La primera era denunciarlo, ir a la embajada española para hacer de nuevo mis documentos y partir a Cali pero para ello me iba a demorar mucho tiempo y yo quería pasar fin de año con mis amigos. Así que he optado por la segunda opción que era pasar ilegalmente la frontera teniendo en cuenta el poco control que hay. Me parecía una buena idea ya que mi viaje de vuelta a España dentro de dos semanas será desde Quito (Ecuador). Entonces haría como si nunca hubiera salido del Ecuador y ya arreglaría los papeles antes de tomar el vuelo. Pero esto no iba a ser tan fácil. Una vez he atravesado la frontera furtivamente, he tomado un colectivo hasta Ipiales, el primer pueblo de Colombia en la frontera con Ecuador, pero al llegar me esperaba un coche de la policía que me había seguido después de observar mis sospechosos movimientos. No me podía creer la mala suerte que estaba teniendo. El corazón casi se me salía por la boca. He intentado explicarme pero han hecho caso omiso de todo lo que decía, me han metido en el coche como un delicuente y me han llevado a comisaría donde me han enrejado. Puesto que no tenía forma de identificarme, me han dicho que el proceso de excarcelación iba a ser largo. Estaba desesperado. Lo que menos me esperaba es estar encarcelado en un cuartelillo de la policía de Colombia junto con otros indeseables de los cuales no quería ni pensar por qué estaban allá. Estaba muy nervioso y he estado dando vueltas por la celda de un lado para otro hasta que he conseguido irritar a uno de los presos, al que más mala pinta tenía. Me ha empezado a gritar y a exigirme que me sentara y yo he obedecido como un corderito. Sin querer llamar la atención más de la cuenta, pues no sabia cuando iba a salir de allí y los policías no me decían nada, me he quedado sentado en un rincon intentando relajarme. Un hombre pelirrojo que estaba sentado a mi lado y que se ha presentado como Moz ha empezado a hablar conmigo y ha intentado tranquilizarme pero el mero hecho de que me hablara ha hecho que me pusiera más nervioso. Al rato, le he explicado mi caso y me ha escuchado atentamente. Después me ha dicho que él me podía ayudar y que había una manera de salir de allá pero la explicación me ha parecido propia de un cuento de niños o de un loco, cosa qu ele pegaba más a semejante individuo. Yo escuchaba atentamente sus idioteces para no buscarme problemas. Me ha dicho que cerrando los ojos, golpeando los tacones de sus zapotes entre sí constantemente y diciendo en voz alta el lugar donde quería estar haría que me teletransportara para allá. No me podía creer que me estuviera explicando tal estupidez. En ese momento entendí el porqué de su nombre, Moz. Para no ofenderle he accedido a hacer lo que me decía, aunque me sintiera como un tonto. Me he puesto sus zapatos, me he puesto de pie, he cerrado los ojos, he golpeado los talones entre sí y pronunciado en voz alta: quiero estar en Cali, quiero estar en Cali, quiero estar en Cali. Y aquí he aperecido de repente, en el cyber de algún lugar entre Ecuador y Colombia, escribiendo esta chorrada de entrada mientras decido cómo ir a Cali. Un beso a todos.